Por Marianela Balanesi
Algunos hechos ocurridos en el transcurso de esta pandemia, pueden ayudarnos a pensar.
Los invito a que reflexionemos juntos…
“Las palabras, ya sean vocalizadas y convertidas en sonido o formuladas silenciosamente en los pensamientos, pueden ejercer un efecto prácticamente hipnótico sobre la persona. Es fácil perdernos en ellas, dejarnos arrastrar por la idea implícita de que el simple hecho de haberle atribuido una palabra a algo equivale a saber lo que ese algo es. La realidad es que no sabemos lo que ese algo es. Solamente hemos ocultado el misterio detrás de un rótulo (…) Cuando nos abstenemos de tapar el mundo con palabras y rótulos, recuperamos ese sentido de lo milagroso que la humanidad perdió hace mucho tiempo, cuando en lugar de servirse del pensamiento, se sometió a él” (E. Tolle, Una Nueva Tierra. Un despertar al propósito de su vida).
Toda palabra pone un rótulo a la realidad. Algunas lecturas de lo que le está ocurriendo a la humanidad desde que se inició esta pandemia parecen reducir nuestra existencia individual al plano estrictamente biológico. Desde el punto de vista colectivo, frenar el número de contagios, achatar la curva, parecen ser las únicas dimensiones considerables. Cuestión de prioridades, podrá pensarse. Hay que evitar enfermar. Hay que evitar que el virus se propague. Verdad solo parcialmente cierta desde el momento en que nos polariza. Cuando solo atendemos a un fragmento, se pierde la perspectiva.
Cuando solo miramos fuera y dejamos de preguntarnos a nosotros mismos, las palabras y los pensamientos van tejiendo una red que nos aprisiona inconscientemente.
Hasta que algo hace sonar nuestras alarmas internas. Un hecho quisiera traer como muestra. Todos vimos imágenes y escuchamos relatos, que mostraban cómo veinte personas fueron trasladadas desde una residencia para adultos mayores hacia un hospital en el cual quedaran algunos aislados y otros en tratamiento para la infección por Covid-19. Las imágenes eran extrañas. Todo transcurrió en una tarde/noche de un frío domingo de junio, en un operativo que parece ejecutado por astronautas, sin posibilidad de contacto visual o gestual con los, imagino, aterrorizados sujetos, que en medio del caos, eran subidos a las ambulancias para su posterior traslado.
Mientras miraba estas imágenes, imagino que muchos nos preguntamos:
¿Qué sentimientos albergarían cada una de esas personas, cada una de ellas con su historia y su contexto? ¿Qué significado le estarían dando a esa experiencia? ¿Entenderían de que se trataba?
¿Qué estarían experimentando sus seres queridos: el hijo, la hija, el nieto, la sobrina, el primo, el amigo o la amiga de toda la vida?
¿De qué manera podrán ellos enfrentar la incertidumbre de la soledad y el aislamiento al cual se verán forzados?
¿Qué les ocurre a los profesionales de la salud que participan de ese tipo de procedimientos? ¿Cómo ellos pueden volver a sus casas y poner palabras a tan traumática experiencia?
El lenguaje andamiado en el sobrevivir, tener y hacer, no parece dar respuestas a estos interrogantes que ponen en evidencia que algo está mal, muy mal. Una acción coherente con las circunstancias pero incoherente con nuestra propia humanidad.
¿Cómo se llega a una situación tan deshumanizada?
Nuestra percepción redujo una realidad muy compleja a un plano lineal. Tenemos curvas, estadísticas, ensayos de investigación, sanitaristas, economistas. El foco puesto en la supervivencia física, a expensas de la exclusión de nuestra dimensión psicológica y espiritual.
El individuo confundido con una falsa identidad.
Por eso no tenemos respuestas. Por eso nos asombramos. Porque estamos atrapados. Porque no sabemos como nombrar la complejidad. Porque no aprendimos a lidiar con la incertidumbre. Porque en algun momento asumimos que teníamos el control, hasta que algun acontecimiento nos viene a mostrar que nunca lo tuvimos.
Sabemos poco y nada acerca de nuestra propia existencia.
Nos cuestionamos muy poco. Nuestro lenguaje se andamia en el sobrevivir, en el tener y en el hacer. Por eso, a veces, y potenciado por esta pandemia, a menudo nos inunda esa sensación de perplejidad. Algunas situaciones vienen a manifestar con inusitada certeza cuanta incoherencia existe entre nuestro pensar, sentir y hacer, individual y colectivo.
Empezar a formularnos preguntas cuyas respuestas tengan por común denominador nuestra esencia humana ampliará nuestro panorama. Desde esta nueva perspectiva, crearemos un lenguaje más inclusivo, menos polarizado, mas esencial.
Para ello, empezar a mirarnos y descubrir en el otro la humanidad compartida. Es solo el puntapié inicial. El recorrido, tan personal como individuos existimos en este mundo (a veces tan evidententemente loco) que nos toca vivir.